domingo, 18 de mayo de 2025

Ulises amarrado, reificación total y las dos esferas

Hace unos días en una entrevista subida por el canal Acid Horizon sobre marxismo y anarquismo, se dijo algo así como “se debe entender el comunismo como utopía no como algo extendido indefinidamente en algún punto del futuro, sino algo que de alguna forma ya es presente en la cotidianidad. Incluso el sujeto más alienado y apologeta del capitalismo se ofendería si le pidieras que te pagara por pasar tiempo de calidad con él, ya que quieres capitalizar tu tiempo. En nuestro día a día tenemos actividades e intereses que no responden a la lógica mercantil”. Probablemente lo escribí de una forma mucho más sofisticada que como realmente se dijo en la entrevista. Sin embargo, me parecería un error más o menos grave el interpretar este comentario como uno salido de la común ingenuidad de “comunismo es cuando cualquier tontería” o “la ternura es revolucionaria” o “pasar tiempo con tus amigos es revolucionario”.

Incluso a primera y apresurada vista este comentario me provoca varias reflexiones que intentaré exponer de manera clara a continuación. Intentaré ser divulgativo, aunque puedo fallar en este cometido. Para ello citaré no tanto rebuscados textos filosóficos y en cambio un poco más anécdotas personales concretas que muestran una realidad más amplia.

Una de las primeras cosas que me vinieron a la mente fueron dos textos: el aburrido (aunque interesante como lo suele ser el autor) Espectros de Marx de Derrida y el texto de José Esteban Muñoz Cruising Utopia (se tradujo como Utopia Queer). Se perdonarán las jugarretas que la memoria me puede jugar al desenterrar ambos textos, al final estos solo son motivos para aclarar otras cosas.

Muñoz menciona el ejemplo de tomarse una coca helada en el parque con una persona importante para nuestras vidas. Incluso en esta actividad marcada por el consumo de la mercancía por excelencia, como lo es el famoso refresco de cola, implica una serie de aspectos relevantes para las subjetividades que desbordan la lógica consumista misma.

En el fondo estamos hablando de un problema bastante complejo para el marxismo y las posturas socialistas en general. Reificación total: sí o no. Como es de esperarse (y la respuesta correcta para una postura dialéctica) la cuestión es más compleja y consiste en convertir una disyunción en una conjunción: en efecto… sí y no. Claro que esto puede pasar como una respuesta torpe y de poco rigor. Pero la dialéctica no es tal sin contenido, sin lo concreto. Así que expliquemos el funcionamiento de la realidad vigente.

La primera trampa en la que quizás muchos defensores de la reificación total están (estamos) a punto de caer es la de decir que ya no se puede hablar de nada más allá de una lógica mercantil que dominaría cada aspecto de nuestras vidas. No hay nada más allá de la coca cola en ese ritual con una amistad, ni hay algo más allá del consumo en el cine o el restaurante en una cita romántica. Incluso para aquellos aspectos que a primera vista escaparían de ese demanda por mercancías y servicios encontraríamos más temprano que tarde la forma en que se someten a la totalidad social capitalista. Reconozco que yo me siento más inclinado por esta postura. Pero esto es verdad solo en parte (así sea una gran parte importante).

Es verdad que no se puede dar cuenta de algo más allá de la totalidad social, pero esto solo es cierto si buscamos algo positivo, algo realizado plenamente. Podríamos decir que solo es completamente cierto si estamos ante una lógica de la presencia. No soy un gran amante o conocedor de la filosofía de Derrida, ni estoy interesado en serlo. Pero encuentro algunas de sus ideas sugerentes, sobre todo en la medida en que permiten un diálogo con otras filosofías que sí me interesan. Constantemente experimentamos una suerte de apresencia, una serie de ausencias que de alguna forma colman aquella realidad en la que solo damos cuenta de lo presente, una serie de potencialidades que no están actualizadas y, sin embargo, se encuentran ahí resistiendo, como creo que es el caso de uno de los espectros más famosos de la historia: el del comunismo. De ahí viene el rescate fisheriano de la hauntología. Detrás de todos esos rituales de la demanda mercantil o del consumismo más alienado hay algo más que resiste. Es algo indeterminado en la experiencia de las subjetividades, en su afectividad más directa. Este no es un espacio de un auténtico yo que es más real que la ilusión ideológica que produce la totalidad social. Es una resistencia, una indeterminación (quizás cercana al clinamen epicúreo), porque no se puede dar cuenta de ella de manera positiva. Una obra como Mínima Moralia de Adorno, a grandes rasgos y simplificando mucho, tiene como objetivo dar cuenta de estas resistencias. Por ello es que el campo de la cultura o el arte es tan relevante. Quizás no porque sean en sí mismos “revolucionarios”, sino porque son ventanas a estas experiencias heterogéneas que podrían generar la sensibilidad para buscar (desear) una revolución. Y esta resistencia, esta indeterminación es posible precisamente porque, como dijo el mismo Adorno, la totalidad es lo falso. Con todo, el capitalismo es y tiene la inercia de una totalidad social. Si uno pone atención a estas ideas, se puede percatar de que estamos muy lejos de afirmar que existe algo así como un afuera del capitalismo que sea actual, muy lejos de decir que las resistencias serían las dinámicas propias de la economía y política folk, o un regreso al pasado de cualquier tipo.

Un buen amigo me explicaba hace poco cómo es que precisamente él sentía la forma en que todas sus dinámicas sociales estaban marcadas por el consumo de mercancías y servicios. Yo le respondí, sin animos de esperanzarlo, que estas dinámicas comunitarias o sociales siempre han estado codificadas de alguna forma. Su anécdota de salir a jugar futbol con sus amigos en la infancia y parte de esa experiencia era el recuerdo de en algún punto de la tarde comprarse un frutsi cada uno, es fácilmente equiparable a un carnaval arcaico en donde esa convivencia comunitaria estaba relacionada con el consumo de una bebida embriagante ritual, es decir, codificado por una creencia religiosa o mística. Sin embargo, era tan cierto entonces como ahora que la importancia de esa convivencia comunitaria y esos lazos afectivos para los sujetos desbordaban la dinámica religiosa en sí misma. Pero esto que lo desbordaba no era ni es ni será identificable positivamente de manera sencilla.

Esto nos lleva a un segundo error común que consiste en sostener afirmativamente que sí existe una esfera más allá del capitalismo, es decir, que la reificación total no es posible debido a que sí persiste un afuera del capitalismo. Por lo general asociamos esta postura con las expresiones políticas folk que indican el regreso a formas “pre-economicistas”, o de economía alternativa, regresar a la temporalidad de los ciclos agrícolas, etc. Mucho hay que decir acerca de esta postura, pero no polemizaré a profundidad con ella en este texto porque hay otro fenómeno que recientemente ha capturado más mi atención.

A lo largo de este año he estado en contacto cercano con comunidades de traders, supuestos “expertos en finanzas personales”, gestores de riesgo, etc. Uno podría concebir estos nichos como el ejemplo perfecto de quienes se encuentran totalmente alienados a la ideología de intercambio. Y aquí es cuando resuena en mí aquella frase de la entrevista de Acid Horizon: “Incluso el sujeto más alienado y apologeta del capitalismo se ofendería si le pidieras que te pagara por pasar tiempo de calidad con él, ya que quieres capitalizar tu tiempo”. La completa ceguera ideológica de estos nichos de traders, mentes de tiburón o cripto-bros no consiste en una defensa del sometimiento completo de todas las relaciones humanas a la lógica mercantil. Esto solo es una postura de algunos libertarios y aceleracionistas efectivos (que son pocos, pero ubicados a menudo al mando de compañías, startups, fondos y pisos de trading importantes). Vemos que incluso en los apologetas del capitalismo hay quienes sostienen, aunque de forma optimista, la idea de una reificación total. Pero en la gran mayoría de casos lo que domina es la idea de que la economía de mercado funciona precisamente porque deja sobrevivir en su inocencia otra serie de dinámicas afectivas y valores tradicionales. ¿No fue más bien el “peligroso socialismo” el que obligó a todo el mundo a trabajar en condiciones precarias, tal como lo muestra la gran industria cultural? Todo el tiempo encontrarás la obsesión de respetar la otra esfera de la vida, de no colocar la búsqueda de dinero por arriba de dicha esfera familiar, personal, etc. Un truco común es apelar con mucha cursilería a “no olvidar por qué quieres ganar este dinero”. No olvidar que lo haces para tus seres queridos o disfrutar de aquellas “experiencias de la vida que, si bien necesitas dinero para procurártelas, no se reducen a él”. La supervivencia de otra esfera positiva, existente y ya realizada es la ilusión perfecta, la clave verdadera de la ideologización total a favor de la economía de mercado. Para justificar la expansión primero se requiere proponer una exterioridad, una alteridad. Luego, se celebra la supuesta autocontención liberal del mercado en contra de los “totalitarismos tanto de derecha, pero sobre todo… de izquierda”.

Contrario a lo que se piensa desde la política folk que suele romantizar entre otras cosas la autenticidad de la calle o de la vida rural, es de hecho más común que las personas de clase trabajadora o campesina sientan la asfixiante "totalidad social" capitalista. Sobre todo en la medida en que desarrollan cierta sensibilidad crítica. Un aspecto incómodo de politizarse es que en muchas ocasiones te hará más infeliz. En cambio, tanto los ricos, como aquellos pocos que logran ser exitosos haciéndose adinerados en el juego de los negocios y la especulación, y aquellos que solo son la carne de cañón ilusionada por la propaganda aspiracionista por hacer dinero pero que continuarán en la precariedad, todos ellos creen que es funcional el capitalismo en parte porque se puede separar de otra esfera más "intima" y "personal". La diferencia es que los primeros sí lograrán tener acceso a muchos tipos de experiencias que los últimos no. También viven mucho más relajados y, al contar con más tiempo libre, pueden dedicarse a las “cosas que son realmente importantes de la vida, como la familia y los amigos”.  Los sectores precarizados y vulnerables sienten el sonido del reloj sonando a sus espaldas, incluso en su supuesto tiempo libre, como se caracteriza en el Manifiesto Contra el Trabajo de Grupo Krisis, pero no solo sienten el peso de la cuenta del tiempo estandarizado, sino el peso de la escasez material, monetaria y de sus medios de vida. Es más fácil que alguien precarizado sienta la urgencia de monetizar la esfera íntima de su vida que alguien que tiene la mayoría de los aspectos de su vida resueltos. Así que es obvio que una persona adinerada se “ofenda si quisieras monetizar el tiempo que pasas con ella”. ¿Pero no es de hecho la posibilidad monetaria la que está en juego en el consumo de only fans, el comercio de ropa interior usada, etc.? Es precisamente la gente precarizada la que necesita monetizar su intimidad. Por tanto, son ellos los que en ocasiones experimentan con mayor peso la totalidad social como totalmente avasalladora.

¿Esto quiere decir que la caracterización de Odiseo como el prototipo burgues hecha por Adorno y Horkheimer es errónea? La imagen es la de Odiseo encadenado al mástil de su barco dirigiendo a su tripulación (la mano de obra), quienes tienen su sensibilidad, su experiencia, obturada, para que no escuchen el canto de las sirenas, mientras que él sí puede escucharlo, pero al estar encadenado no puede permitirse diluirse en el mar, en el principio del placer, en la naturaleza.

Si los apologetas del capitalismo y su cinismo se permiten creer en la persistencia de un más allá del capitalismo, sosteniendo que no es un poder tan despótico y totalizador (casi siempre tienen las ingenuas ideas liberales de sociedades abiertas, etc.) ¿no sería esto una muestra de que no están encadenados, que logran, sobre todo si tienen los medios económicos y materiales disponibles, escaparse de vez en cuando del principio de realidad y entregarse al principio de placer? Creo que es obvio que estamos llegando de nuevo al mismo atolladero. Lo primero a resaltar es que las dinámicas del capitalismo codifican todas nuestras interacciones. Marcuse mismo afirma en Eros y Civilización que la relación entre el principio de placer y de realidad es dialéctica, es decir, que se están determinando mutuamente. Así como el principio de placer resiste en la realidad misma, el principio de realidad ya transforma eso que “sobrevive” en el inconsciente.

Por lo que ¿hay una posibilidad de resistencia en algunas experiencias comunitarias, afectivas y artísticas, o bien el principio de realidad imposibilita por completo esta resistencia tanto para el burgues como para el trabajador?

Podemos pensar un caso extremo de un hombre de negocios muy exitoso o medianamente exitoso que convive con gente que le desagrada pero que es importante para hacer contactos en su área, en un restaurante en donde le disgusta la comida, la música, el ambiente, pero es un lugar de estatus. Así podemos imaginar su día a día, sin lazos ni experiencias significativos, por lo que en el fondo es sumamente infeliz o se encuentra disociado por completo de su realidad y de alguna forma algo grita dentro de sí por ayuda. Solo este caso extremo podemos identificar con estar amarrado al mástil como Odiseo. Se tiene acceso a las experiencias, pero uno no se permite ceder ante ellas. Si ni siquiera hay algo gritando dentro de sí, entonces estamos ante una auténtica reificación de la subjetividad. A estas alturas, no dudo de la existencia de este tipo de subjetividad con tal grado de daño.

Por otra parte, me parece una obviedad que cae con todo el peso de la materialidad que cualquier resistencia o acercamiento a experiencias y otras sensibilidades está más al alcance de la mano cuando gozas de cierta abundancia económica. Así que, si queremos salvar la tesis de que hay resistencias en la vida cotidiana, tenemos que aceptar no solo que el burgues atado al mástil tiene acceso a la experiencia, sino que quizás no está amarrado directamente al mástil, sino que tiene una correa lo suficientemente larga para dejarse llevar un poco por la marea. Esto último agudiza el antagonismo de clase.

Lamentablemente se ha confundido la crítica al supuesto “reduccionismo” de clase o económico del marxismo (crítica que, por otra parte, se debe tomar con muchas pinzas) con la idea de que la distinción de la función de clase vuelve a dividir el mundo entre “buenos y malos”. Su rostro más sofisticado dice que este supuesto decaer en la división moralizante distrae de la cuestión sistémica del Capital. Pero cada vez más sospecho que se trata de un hombre de paja con el que es fácil polemizar. Cuando este es al caso, es complicado estar en desacuerdo. Yo sostengo que lo relevante antes de echar culpas a sujetos concretos es la cuestión funcional del capitalismo. La preocupación por la barbarie que puede desvirtuar el camino de cualquier revolución es legítima. Pero de la misma forma en que la crítica a las “desviaciones” de las “contradicciones secundarias” respecto de la clase como el género o la raza podría olvidar la materialidad misma en que se viven estas jerarquizaciones, la crítica al “reduccionismo de clase” olvida la aplastante materialidad de la función misma de clase y cómo se vive su “desigualdad”. No se trata solo de filosofías críticas domesticadas, sino de algo más grave aún: una supuesta crítica para domesticar. En términos de praxis política el problema es obvio: construir un mundo nuevo va a enfrentar resistencias contra-revolucionarias y la clase dominante probablemente no querrá cambiar las dinámicas por las buenas. Pero, más allá de esa pequeñez sin importancia de la inmediatez política (ja), el problema es que se olvida cómo es que de hecho muchas de las experiencias sí son posibilitadas para unos cuantos, y cómo es que es una clase la que puede dormir despreocupada de una cobertura sanitaria, atender su salud mental, un plan para el retiro, una alimentación decente, etc.

Algunos días atrás participé en una discusión de borrachos sobre la cuestión de clase. Un camarada y yo no tardamos en dejarnos llevar por el calor de la discusión y afirmamos que “sí, que se mueran los ricos”.  Casi inmediatamente tuve que matizar. Aún soy un terco que no renuncia a la posibilidad de una revolución, así que considero que los burgueses traidores de clase son clave (y aquí incluyo a algunos intelectuales). No se trata de caer en el sentimentalismo de que “los ricos también sufren” o “también son personas”. Tampoco en caer en el juicio moralizante de que los ricos “son malos”. Se trata de la complicada labor de no olvidar una tensión fundamental entre dos hechos: la clase es una cuestión funcional, pero la oligarquía dominante del planeta no soltará el poder por las buenas; el principio de realidad nos limita tanto a la clase trabajadora como a la burguesa, pero la clase propietaria tiene, con todo, acceso más sencillo a experiencias heterogéneas de distinto tipo. Están amarrados al mástil con una correa, por lo que, cuando nadan en el mar, no se puede alejar demasiado, pero los otros simplemente no dejan de remar.

La cuestión del antagonismo de clase y la materialidad misma de su distinción me llevan a la cuestión de la legitimidad del resentimiento de clase. El resentimiento de clase es un arma no solo legitima y necesaria, sino muy poderosa. Por la misma razón no deberíamos apuntar con ella a la ligera. El discurso aspiracionista logra dos cosas. Primero, que el trabajador que gana más de 30mil al mes sienta que pertenece a otra clase o se considere “clase media”. Pero también logra que los que tienen trabajos más precarizados y sienten la diferencia de privilegios con la clase obrera “especializada”, apunten a ellos como si se tratara de auténticos burgueses. Dicho aspiracionismo es una estrategia para dividir a la clase trabajadora y no deberíamos someter nuestra arma, el resentimiento de clase, a esa estrategia. Es necesario hacer el apunte ya que ciertos sectores de la clase trabajadora también podrían tener acceso a experiencias y, si apuntamos de manera poco fina con el resentimiento de clase, estaremos en el camino a despreciar cualquier manifestación cultural que consideremos “privilegiada” o “snob”.

Todo el discurso aspiracionista y de clase media ha sido efectivo en generar la ilusión de que la diferencia de clase se diluye. Tenemos que estas experiencias diversas a la que mayoritariamente tiene acceso la clase burguesa, pero de vez en cuando también algún trabajador “bien pagado”, están mediadas por la lógica capitalista. Más allá de que unos tengan más acceso a ellas que otros, siguen sin mostrar en sí mismas una alternativa clara. Así que volvemos al punto de partida. ¿Es un buen argumento para perder toda esperanza en la resistencia o, más aún, en la revolución, el hecho de que no podamos dar cuenta de un más allá de la totalidad capitalista?

Probablemente una de las fórmulas más populares de lo que busco decir es la de Žižek: “si quitas la ideología pierdes la realidad misma”. No podemos esperar que quitaremos el velo de la mercantilización del mundo y encontraremos la auténtica humanidad de nuestros afectos y nuestras experiencias subjetivas.

Pero los espectros pueden movilizar la realidad, la acción de los sujetos, así nunca se encuentren presentes. Si Hamlet (que es la constante referencia de Derrida en su Espectros) quitaba el yelmo en el que se ocultaba el espectro de su padre no encontraría nada. Solo la espectralidad de su voz. Aun así, actúa de acuerdo con el mandato de esa espectralidad. ¿Pero por qué la voz requiere presentarse recubierta del yelmo?

Lo hegelianamente cómico de que la respuesta de Edipo a la esfinge “es el hombre” es aplicable para todo, es decir, que lo cómico es que el ser humano o la consciencia se encuentra siempre encerrada en su propia proyección me parece adecuado. Hamlet quita el yelmo y no encuentra un espejo, creo que no encuentra nada (y casi siempre el yelmo es un tanto reflectante). Yo bromeo diciendo que solo podemos aspirar a quitar el yelmo y poner arriba una sábana. Pero no bromeo tanto cuando digo que este cambio de atuendo es urgente, y de alguna forma que esto es en parte la revolución. Aunque no podemos escapar de la proyección, podemos hacerla reflexiva. Poner la sábana implica el acto irónico de evidenciar el recubrimiento del fantasma como tal. Es admitir la persistencia de los fantasmas, de la deuda que tenemos con nuestra propia especie de construir otro mundo.

 18 de mayo 2025

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