Hace
unos días en una entrevista subida por el canal Acid Horizon sobre marxismo y
anarquismo, se dijo algo así como “se debe entender el comunismo como utopía no
como algo extendido indefinidamente en algún punto del futuro, sino algo que de
alguna forma ya es presente en la cotidianidad. Incluso el sujeto más alienado
y apologeta del capitalismo se ofendería si le pidieras que te pagara por pasar
tiempo de calidad con él, ya que quieres capitalizar tu tiempo. En nuestro día
a día tenemos actividades e intereses que no responden a la lógica mercantil”.
Probablemente lo escribí de una forma mucho más sofisticada que como realmente
se dijo en la entrevista. Sin embargo, me parecería un error más o menos grave
el interpretar este comentario como uno salido de la común ingenuidad de “comunismo
es cuando cualquier tontería” o “la ternura es revolucionaria” o “pasar tiempo
con tus amigos es revolucionario”.
Incluso
a primera y apresurada vista este comentario me provoca varias reflexiones que
intentaré exponer de manera clara a continuación. Intentaré ser divulgativo,
aunque puedo fallar en este cometido. Para ello citaré no tanto rebuscados
textos filosóficos y en cambio un poco más anécdotas personales concretas que
muestran una realidad más amplia.
Una
de las primeras cosas que me vinieron a la mente fueron dos textos: el aburrido
(aunque interesante como lo suele ser el autor) Espectros de Marx de
Derrida y el texto de José Esteban Muñoz Cruising Utopia (se tradujo
como Utopia Queer). Se perdonarán las jugarretas que la memoria me puede
jugar al desenterrar ambos textos, al final estos solo son motivos para aclarar
otras cosas.
Muñoz
menciona el ejemplo de tomarse una coca helada en el parque con una persona
importante para nuestras vidas. Incluso en esta actividad marcada por el
consumo de la mercancía por excelencia, como lo es el famoso refresco de cola,
implica una serie de aspectos relevantes para las subjetividades que desbordan
la lógica consumista misma.
En
el fondo estamos hablando de un problema bastante complejo para el marxismo y las
posturas socialistas en general. Reificación total: sí o no. Como es de
esperarse (y la respuesta correcta para una postura dialéctica) la cuestión es
más compleja y consiste en convertir una disyunción en una conjunción: en
efecto… sí y no. Claro que esto puede pasar como una respuesta torpe y de poco
rigor. Pero la dialéctica no es tal sin contenido, sin lo concreto. Así que
expliquemos el funcionamiento de la realidad vigente.
La
primera trampa en la que quizás muchos defensores de la reificación total están
(estamos) a punto de caer es la de decir que ya no se puede hablar de nada más
allá de una lógica mercantil que dominaría cada aspecto de nuestras vidas. No
hay nada más allá de la coca cola en ese ritual con una amistad, ni hay algo
más allá del consumo en el cine o el restaurante en una cita romántica. Incluso
para aquellos aspectos que a primera vista escaparían de ese demanda por mercancías
y servicios encontraríamos más temprano que tarde la forma en que se someten a
la totalidad social capitalista. Reconozco que yo me siento más inclinado por
esta postura. Pero esto es verdad solo en parte (así sea una gran parte
importante).
Es
verdad que no se puede dar cuenta de algo más allá de la totalidad social, pero
esto solo es cierto si buscamos algo positivo, algo realizado plenamente.
Podríamos decir que solo es completamente cierto si estamos ante una lógica de la
presencia. No soy un gran amante o conocedor de la filosofía de Derrida,
ni estoy interesado en serlo. Pero encuentro algunas de sus ideas sugerentes,
sobre todo en la medida en que permiten un diálogo con otras filosofías que sí
me interesan. Constantemente experimentamos una suerte de apresencia,
una serie de ausencias que de alguna forma colman aquella realidad en la que
solo damos cuenta de lo presente, una serie de potencialidades que no están
actualizadas y, sin embargo, se encuentran ahí resistiendo, como creo que es el
caso de uno de los espectros más famosos de la historia: el del comunismo. De
ahí viene el rescate fisheriano de la hauntología. Detrás de todos esos
rituales de la demanda mercantil o del consumismo más alienado hay algo
más que resiste. Es algo indeterminado en la experiencia de las subjetividades,
en su afectividad más directa. Este no es un espacio de un auténtico yo
que es más real que la ilusión ideológica que produce la totalidad
social. Es una resistencia, una indeterminación (quizás cercana al clinamen
epicúreo), porque no se puede dar cuenta de ella de manera positiva. Una obra
como Mínima Moralia de Adorno, a grandes rasgos y simplificando mucho,
tiene como objetivo dar cuenta de estas resistencias. Por ello es que el campo
de la cultura o el arte es tan relevante. Quizás no porque sean en sí mismos “revolucionarios”,
sino porque son ventanas a estas experiencias heterogéneas que podrían generar
la sensibilidad para buscar (desear) una revolución. Y esta resistencia, esta
indeterminación es posible precisamente porque, como dijo el mismo Adorno, la
totalidad es lo falso. Con todo, el capitalismo es y tiene la inercia de
una totalidad social. Si uno pone atención a estas ideas, se puede percatar de
que estamos muy lejos de afirmar que existe algo así como un afuera del
capitalismo que sea actual, muy lejos de decir que las resistencias serían
las dinámicas propias de la economía y política folk, o un regreso al pasado de
cualquier tipo.
Un
buen amigo me explicaba hace poco cómo es que precisamente él sentía la forma
en que todas sus dinámicas sociales estaban marcadas por el consumo de
mercancías y servicios. Yo le respondí, sin animos de esperanzarlo, que estas
dinámicas comunitarias o sociales siempre han estado codificadas de alguna
forma. Su anécdota de salir a jugar futbol con sus amigos en la infancia y
parte de esa experiencia era el recuerdo de en algún punto de la tarde comprarse
un frutsi cada uno, es fácilmente equiparable a un carnaval arcaico en donde
esa convivencia comunitaria estaba relacionada con el consumo de una bebida
embriagante ritual, es decir, codificado por una creencia religiosa o mística. Sin
embargo, era tan cierto entonces como ahora que la importancia de esa
convivencia comunitaria y esos lazos afectivos para los sujetos desbordaban la
dinámica religiosa en sí misma. Pero esto que lo desbordaba no era ni es ni
será identificable positivamente de manera sencilla.
Esto
nos lleva a un segundo error común que consiste en sostener afirmativamente que
sí existe una esfera más allá del capitalismo, es decir, que la reificación
total no es posible debido a que sí persiste un afuera del
capitalismo. Por lo general asociamos esta postura con las expresiones
políticas folk que indican el regreso a formas “pre-economicistas”, o de
economía alternativa, regresar a la temporalidad de los ciclos agrícolas, etc.
Mucho hay que decir acerca de esta postura, pero no polemizaré a profundidad con
ella en este texto porque hay otro fenómeno que recientemente ha capturado más
mi atención.
A
lo largo de este año he estado en contacto cercano con comunidades de traders, supuestos
“expertos en finanzas personales”, gestores de riesgo, etc. Uno podría concebir
estos nichos como el ejemplo perfecto de quienes se encuentran totalmente
alienados a la ideología de intercambio. Y aquí es cuando resuena en mí aquella
frase de la entrevista de Acid Horizon: “Incluso el sujeto más alienado y
apologeta del capitalismo se ofendería si le pidieras que te pagara por pasar
tiempo de calidad con él, ya que quieres capitalizar tu tiempo”. La completa
ceguera ideológica de estos nichos de traders, mentes de tiburón o cripto-bros
no consiste en una defensa del sometimiento completo de todas las relaciones
humanas a la lógica mercantil. Esto solo es una postura de algunos libertarios
y aceleracionistas efectivos (que son pocos, pero ubicados a menudo al mando de
compañías, startups, fondos y pisos de trading importantes). Vemos que incluso
en los apologetas del capitalismo hay quienes sostienen, aunque de forma
optimista, la idea de una reificación total. Pero en la gran mayoría de casos
lo que domina es la idea de que la economía de mercado funciona precisamente
porque deja sobrevivir en su inocencia otra serie de dinámicas afectivas y
valores tradicionales. ¿No fue más bien el “peligroso socialismo” el que obligó
a todo el mundo a trabajar en condiciones precarias, tal como lo muestra la
gran industria cultural? Todo el tiempo encontrarás la obsesión de respetar la
otra esfera de la vida, de no colocar la búsqueda de dinero por arriba de dicha
esfera familiar, personal, etc. Un truco común es apelar con mucha cursilería a
“no olvidar por qué quieres ganar este dinero”. No olvidar que lo haces para
tus seres queridos o disfrutar de aquellas “experiencias de la vida que, si bien
necesitas dinero para procurártelas, no se reducen a él”. La supervivencia de
otra esfera positiva, existente y ya realizada es la ilusión perfecta, la clave
verdadera de la ideologización total a favor de la economía de mercado. Para
justificar la expansión primero se requiere proponer una exterioridad, una
alteridad. Luego, se celebra la supuesta autocontención liberal del mercado en
contra de los “totalitarismos tanto de derecha, pero sobre todo… de izquierda”.
Contrario
a lo que se piensa desde la política folk que suele romantizar entre otras cosas
la autenticidad de la calle o de la vida rural, es de hecho más común que las
personas de clase trabajadora o campesina sientan la asfixiante "totalidad
social" capitalista. Sobre todo en la medida en que desarrollan cierta sensibilidad
crítica. Un aspecto incómodo de politizarse es que en muchas ocasiones te hará
más infeliz. En cambio, tanto los ricos, como aquellos pocos que logran ser exitosos
haciéndose adinerados en el juego de los negocios y la especulación, y aquellos
que solo son la carne de cañón ilusionada por la propaganda aspiracionista por
hacer dinero pero que continuarán en la precariedad, todos ellos creen que es
funcional el capitalismo en parte porque se puede separar de otra esfera más
"intima" y "personal". La diferencia es que los primeros sí
lograrán tener acceso a muchos tipos de experiencias que los últimos no.
También viven mucho más relajados y, al contar con más tiempo libre, pueden
dedicarse a las “cosas que son realmente importantes de la vida, como la
familia y los amigos”. Los sectores
precarizados y vulnerables sienten el sonido del reloj sonando a sus espaldas, incluso
en su supuesto tiempo libre, como se caracteriza en el Manifiesto Contra el
Trabajo de Grupo Krisis, pero no solo sienten el peso de la cuenta del
tiempo estandarizado, sino el peso de la escasez material, monetaria y de sus
medios de vida. Es más fácil que alguien precarizado sienta la urgencia de
monetizar la esfera íntima de su vida que alguien que tiene la mayoría de los
aspectos de su vida resueltos. Así que es obvio que una persona adinerada se “ofenda
si quisieras monetizar el tiempo que pasas con ella”. ¿Pero no es de hecho la
posibilidad monetaria la que está en juego en el consumo de only fans, el
comercio de ropa interior usada, etc.? Es precisamente la gente precarizada la
que necesita monetizar su intimidad. Por tanto, son ellos los que en ocasiones
experimentan con mayor peso la totalidad social como totalmente avasalladora.
¿Esto
quiere decir que la caracterización de Odiseo como el prototipo burgues hecha
por Adorno y Horkheimer es errónea? La imagen es la de Odiseo encadenado al mástil
de su barco dirigiendo a su tripulación (la mano de obra), quienes tienen su
sensibilidad, su experiencia, obturada, para que no escuchen el canto de las
sirenas, mientras que él sí puede escucharlo, pero al estar encadenado no puede
permitirse diluirse en el mar, en el principio del placer, en la naturaleza.
Si
los apologetas del capitalismo y su cinismo se permiten creer en la
persistencia de un más allá del capitalismo, sosteniendo que no es un poder tan
despótico y totalizador (casi siempre tienen las ingenuas ideas liberales de sociedades
abiertas, etc.) ¿no sería esto una muestra de que no están encadenados, que
logran, sobre todo si tienen los medios económicos y materiales disponibles,
escaparse de vez en cuando del principio de realidad y entregarse al principio
de placer? Creo que es obvio que estamos llegando de nuevo al mismo atolladero.
Lo primero a resaltar es que las dinámicas del capitalismo codifican todas
nuestras interacciones. Marcuse mismo afirma en Eros y Civilización que la
relación entre el principio de placer y de realidad es dialéctica, es decir,
que se están determinando mutuamente. Así como el principio de placer resiste
en la realidad misma, el principio de realidad ya transforma eso que “sobrevive”
en el inconsciente.
Por
lo que ¿hay una posibilidad de resistencia en algunas experiencias comunitarias,
afectivas y artísticas, o bien el principio de realidad imposibilita por
completo esta resistencia tanto para el burgues como para el trabajador?
Podemos
pensar un caso extremo de un hombre de negocios muy exitoso o medianamente
exitoso que convive con gente que le desagrada pero que es importante para
hacer contactos en su área, en un restaurante en donde le disgusta la comida,
la música, el ambiente, pero es un lugar de estatus. Así podemos imaginar su
día a día, sin lazos ni experiencias significativos, por lo que en el fondo es
sumamente infeliz o se encuentra disociado por completo de su realidad y de
alguna forma algo grita dentro de sí por ayuda. Solo este caso extremo podemos identificar
con estar amarrado al mástil como Odiseo. Se tiene acceso a las experiencias,
pero uno no se permite ceder ante ellas. Si ni siquiera hay algo gritando
dentro de sí, entonces estamos ante una auténtica reificación de la
subjetividad. A estas alturas, no dudo de la existencia de este tipo de
subjetividad con tal grado de daño.
Por
otra parte, me parece una obviedad que cae con todo el peso de la materialidad
que cualquier resistencia o acercamiento a experiencias y otras sensibilidades está
más al alcance de la mano cuando gozas de cierta abundancia económica. Así que,
si queremos salvar la tesis de que hay resistencias en la vida cotidiana,
tenemos que aceptar no solo que el burgues atado al mástil tiene acceso a la
experiencia, sino que quizás no está amarrado directamente al mástil, sino que
tiene una correa lo suficientemente larga para dejarse llevar un poco por la marea.
Esto último agudiza el antagonismo de clase.
Lamentablemente
se ha confundido la crítica al supuesto “reduccionismo” de clase o económico del
marxismo (crítica que, por otra parte, se debe tomar con muchas pinzas) con la
idea de que la distinción de la función de clase vuelve a dividir el mundo
entre “buenos y malos”. Su rostro más sofisticado dice que este supuesto decaer
en la división moralizante distrae de la cuestión sistémica del Capital. Pero
cada vez más sospecho que se trata de un hombre de paja con el que es fácil
polemizar. Cuando este es al caso, es complicado estar en desacuerdo. Yo
sostengo que lo relevante antes de echar culpas a sujetos concretos es la
cuestión funcional del capitalismo. La preocupación por la barbarie que puede
desvirtuar el camino de cualquier revolución es legítima. Pero de la misma
forma en que la crítica a las “desviaciones” de las “contradicciones
secundarias” respecto de la clase como el género o la raza podría olvidar la
materialidad misma en que se viven estas jerarquizaciones, la crítica al “reduccionismo
de clase” olvida la aplastante materialidad de la función misma de clase y cómo
se vive su “desigualdad”. No se trata solo de filosofías críticas domesticadas,
sino de algo más grave aún: una supuesta crítica para domesticar. En términos de
praxis política el problema es obvio: construir un mundo nuevo va a enfrentar
resistencias contra-revolucionarias y la clase dominante probablemente no querrá
cambiar las dinámicas por las buenas. Pero, más allá de esa pequeñez sin
importancia de la inmediatez política (ja), el problema es que se olvida cómo
es que de hecho muchas de las experiencias sí son posibilitadas para unos cuantos,
y cómo es que es una clase la que puede dormir despreocupada de una cobertura
sanitaria, atender su salud mental, un plan para el retiro, una alimentación decente,
etc.
Algunos
días atrás participé en una discusión de borrachos sobre la cuestión de clase.
Un camarada y yo no tardamos en dejarnos llevar por el calor de la discusión y
afirmamos que “sí, que se mueran los ricos”.
Casi inmediatamente tuve que matizar. Aún soy un terco que no renuncia a
la posibilidad de una revolución, así que considero que los burgueses traidores
de clase son clave (y aquí incluyo a algunos intelectuales). No se trata de
caer en el sentimentalismo de que “los ricos también sufren” o “también son
personas”. Tampoco en caer en el juicio moralizante de que los ricos “son malos”.
Se trata de la complicada labor de no olvidar una tensión fundamental entre dos
hechos: la clase es una cuestión funcional, pero la oligarquía dominante del
planeta no soltará el poder por las buenas; el principio de realidad nos limita
tanto a la clase trabajadora como a la burguesa, pero la clase propietaria
tiene, con todo, acceso más sencillo a experiencias heterogéneas de distinto
tipo. Están amarrados al mástil con una correa, por lo que, cuando nadan en el
mar, no se puede alejar demasiado, pero los otros simplemente no dejan de remar.
La
cuestión del antagonismo de clase y la materialidad misma de su distinción me
llevan a la cuestión de la legitimidad del resentimiento de clase. El
resentimiento de clase es un arma no solo legitima y necesaria, sino muy
poderosa. Por la misma razón no deberíamos apuntar con ella a la ligera. El
discurso aspiracionista logra dos cosas. Primero, que el trabajador que gana más
de 30mil al mes sienta que pertenece a otra clase o se considere “clase media”.
Pero también logra que los que tienen trabajos más precarizados y sienten la
diferencia de privilegios con la clase obrera “especializada”, apunten a ellos como
si se tratara de auténticos burgueses. Dicho aspiracionismo es una estrategia
para dividir a la clase trabajadora y no deberíamos someter nuestra arma, el
resentimiento de clase, a esa estrategia. Es necesario hacer el apunte ya que
ciertos sectores de la clase trabajadora también podrían tener acceso a
experiencias y, si apuntamos de manera poco fina con el resentimiento de clase,
estaremos en el camino a despreciar cualquier manifestación cultural que
consideremos “privilegiada” o “snob”.
Todo
el discurso aspiracionista y de clase media ha sido efectivo en generar la
ilusión de que la diferencia de clase se diluye. Tenemos que estas experiencias
diversas a la que mayoritariamente tiene acceso la clase burguesa, pero de vez
en cuando también algún trabajador “bien pagado”, están mediadas por la lógica
capitalista. Más allá de que unos tengan más acceso a ellas que otros, siguen
sin mostrar en sí mismas una alternativa clara. Así que volvemos al punto de
partida. ¿Es un buen argumento para perder toda esperanza en la resistencia o,
más aún, en la revolución, el hecho de que no podamos dar cuenta de un más allá
de la totalidad capitalista?
Probablemente
una de las fórmulas más populares de lo que busco decir es la de Žižek: “si
quitas la ideología pierdes la realidad misma”. No podemos esperar que
quitaremos el velo de la mercantilización del mundo y encontraremos la
auténtica humanidad de nuestros afectos y nuestras experiencias subjetivas.
Pero
los espectros pueden movilizar la realidad, la acción de los sujetos, así nunca
se encuentren presentes. Si Hamlet (que es la constante referencia de Derrida
en su Espectros) quitaba el yelmo en el que se ocultaba el espectro de
su padre no encontraría nada. Solo la espectralidad de su voz. Aun así, actúa de
acuerdo con el mandato de esa espectralidad. ¿Pero por qué la voz requiere
presentarse recubierta del yelmo?
Lo
hegelianamente cómico de que la respuesta de Edipo a la esfinge “es el hombre”
es aplicable para todo, es decir, que lo cómico es que el ser humano o la
consciencia se encuentra siempre encerrada en su propia proyección me parece adecuado.
Hamlet quita el yelmo y no encuentra un espejo, creo que no encuentra nada (y
casi siempre el yelmo es un tanto reflectante). Yo bromeo diciendo que solo
podemos aspirar a quitar el yelmo y poner arriba una sábana. Pero no bromeo
tanto cuando digo que este cambio de atuendo es urgente, y de alguna forma que
esto es en parte la revolución. Aunque no podemos escapar de la proyección,
podemos hacerla reflexiva. Poner la sábana implica el acto irónico de evidenciar
el recubrimiento del fantasma como tal. Es admitir la persistencia de los
fantasmas, de la deuda que tenemos con nuestra propia especie de construir otro
mundo.
https://open.spotify.com/intl-es/track/1toNKayLMeCcVlsLGXJl7n?si=f8f32f3dbb7b4a49
https://open.spotify.com/intl-es/track/7zM0a64fSolLkLcMa6UDqO?si=44af5577a9ba4384
No hay comentarios:
Publicar un comentario